Este texto es el esqueleto de un parlamento que divide en dos El nacimiento de la bailarina vieja. Es, en realidad, un texto que se construye en comunicación con el público, lo que aquí hemos transcrito es solo su cauce.
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Conozco a la bailarina vieja desde hace un montón de años. Me gusta mirarla bailar. Voy siguiendo los cambios que se producen en su cuerpo y en su baile.
En los últimos años ella ha sufrido una transformación espectacular. Si la hubierais conocido antes y la vierais ahora pensaríais que no es la misma persona.
Durante este periodo su sangré entró en una actividad frenética, que le produjo un inmenso calor, que ha expandido su cuerpo y lo ha dejado sudoroso, grande y de alguna manera, preparado para el baile.
Ella mira como sus carnes sobrepasan la capacidad de contención de su tutu y se va adaptando, poco a poco, a ser materia en constante expansión. No os imagináis lo que le cuesta poner toda esa materia en movimiento. A veces le digo: Vieja! estas loca, tanto esfuerzo para tan poca cosa ¿Cuándo te cansarás de fatigarte?
El otro día me explicaba sus sensaciones de una forma muy precisa, me decía: mi cuerpo se vuelca hacia afuera, como si quisiera apoyarse en algo, en algo que no soy yo. Si me desbordo un pelín más significará que entro en el límite de lo otro, en la tierra de la tierra, ya no seré yo en mis contornos, tomaré una forma blanda, tan blanda que podrá deshacerse en cualquier cosas.
A veces, mientras que baila cierra los ojos y entra como en una especie de trance el otro día le escuche decir: Déjame que me derrame en esta blandura, amor mío, hasta que todo lo blando de mi adentro sea visible, hasta que mis líneas desaparezcan de tus ojos, hasta que no sepamos donde terminan o empiezan nuestros bordes. Vibremos expuestos a cualquier tropiezo, a cualquier caricia, somos una sustancia en constante intercambio, tanto nos intercambiamos que cada vez nos cuesta más distinguirnos a ti de mi, a ti de las piedras, a mi de las telas de mi tutu, a ti de tu lápiz, a mi de mi de lo que me va creciendo entre los dedos. Con estos pliegues blando puedo tocar y rozar mucho más de lo que te imaginas, de ti y de lo que no eres tú. Gozemos de esta blanda paz después de la dura guerra.
Yo soy aquella que vive del afuera. Yo soy aquella que aún vive del afuera, y se pone a bailar como si nada y yo lo flipo.
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Una vez la bailarina vieja se quedó quieta, no se lavaba, casi no comía. Lo único que hacía era levantar sus pliegues una vez al día para que les diera el aire. En esta inmovilidad poco a poco le salieron unas flores entre los michelines, unas flores que se llaman siemprevivas y que no se marchitan. Lo que os estoy contando no es una imagen poética, hay fotos y están en internet. Esto no para, pensaba mientras le salían esas flores, esto no hay quien lo pare.
Mientras que duró esta experiencia de quietud Se despertaba cada noche con una frase metida en la cabeza: ¡muévete vieja muévete!
¡muévete vieja muévete!
¡muévete vieja muévete!
¡muévete vieja muévete!
¡muévete vieja muévete!
Me contaba que desde hace años sueña de una manera extraña, ella no sueña con imágenes, sueña con ideas, como si no tuviera tiempo para las interpretaciones, como si le tocara ir al grano. Esa frase repetida así como un mantra: ¡Muévete. Vieja! En ese periodo de quietud, dejaba claro que existía un debate en ella, podría ser un debate absurdo de esos que tienen las bailarinas, sobre si el baile es necesario o no, sobre si es una forma de evasión o de conocimiento, debates que en otro momento fueron suyos, pero que ahora le traen al fresco. Esas órdenes nocturnas eran otra cosa, eran más bien un: muévete vieja, no te quedes quieta ni de coña o ya no te volverás a mover.
¿Cómo seré cuando sea vieja? - se preguntaba la princesa-
Seré vieja y me mataré cuando me caiga.
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Ella se pone negra cuando escucha esa pregunta retórica de ¿dónde está ese cuerpo joven que fui? Ella lo tiene claro, ese cuerpo joven está debajo de todo eso que se desfonda. Está dentro soportando y dando profundidad a lo que es ahora.
Otra cosa que le molesta mogollón es que se tome su cuerpo por un vánitas, como un ejemplo de lo poco que dura el fulgor de lo vivo, en realidad todos los vánitas la enervan, el paso del tiempo como amenaza le parece un pensamiento mediocre, y muy poco práctico para la vida. Que el tiempo pasa es una obviedad como una catedral.
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A ella le gusta más afirmar que su cuerpo es un modelo de proporciones: un canon perfecto, ella argumenta, no sin coña, que ahora sus formas participan de todas las dimensiones ya que el tiempo se ha metido en cada uno de los pliegues de su cuerpo, ahora su imagen es la unión indisoluble de carne y tiempo. En qué puñetero momento empezamos a pensar que el único efecto visible del tiempo es la degradación ¿qué pasa con la duración? ¿es que no existe?. La cuestión no es saber por qué los organismos mueren, sino por qué duramos tanto ¿no?.
Que ella se agache despacito, que dude antes de girar, que dude incluso antes de dormir de un lado o de otro, no tiene nada que ver con el vánitas, tiene que ver con que las cosas se van acumulando y no hay como elegir, tiene que ver con la posibilidad y con la pérdida a partes iguales. Las elecciones se multiplican y las dudas aparecen igual que aparecen los temblores, ambas cosas lo que le enseñan es que lo mejor es no crear categorías que luego se van a volver flácidas y temblorosas. Lo mejor es dejarse estar, mientras tanto ir comiendo, ir respirando, ir bailando.
El otro día estábamos bailando una agarrao y en el mejor momento me dice al oído: ¿Y si pudiéramos vivir de la luz? Podríamos sembrarnos plantas y árboles que nos chuparían la vida para convertirla en algo verde y con hojas, que pudiera vivir de la luz. A veces me pesa todo lo que ya he comido, lo veo colgando de cada pierna como una sombra blandurria y pegajosa. Me gustaría seguir comiendo con alegría.
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En biología se dice que la función precede a la forma luego alguna función tendrá todo este desparrame, me dice ella, a ella le encanta estudiar, es una auténtica sabelotodo. Me cuenta que no existe ninguna forma injustificada en lo que está vivo. Que la función nada tiene que ver con el uso o el desuso. Que el desuso tiene su función y que esa función es tan fundamental como la de la belleza, o como la de la fuerza. Por que el desuso es el fundamento de la perpetuación. Hay que dejar sitio, amiga mía, me dice. ¡Hay que ir dejando sitio!