Aquí quedan recogidos dos textos que he escrito para acompañar mi trabajo en torno al latido y su ausencia. Podría decir que son la cristalización de dos años conducidos por una obsesión: la comprensión de lo vivo después de haber observado el cuerpo muerto. Son concéntricos y en algunos aspectos se reiteran, pero ambos forman un díptico completo.

El primero de ellos lo leí en diciembre de 2013 en el Teatro Pradillo dentro del ciclo La música en la escena, proyecto desarrollado por el Colectivo maDam y Claudia Faci. El segundo es la columna vertebral de la pieza de escena presentada en ese mismo teatro del 9 al 19 de octubre de 2014, ambos están publicados en la colección de Pliegos de teatro y danza.

El tercero de los textos que reuno aquí lo escribió Oscar Dasí, él me acompañó en estos años de trabajo entre lo vivo y lo muerto.

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Pensamientos de una bailarina que comprendió el ritmo cuando miró un cadáver

La desaparición del ritmo es la muerte. Yo me di cuenta de esto mirando un cadáver, mirando un cuerpo en el que el latido ya no existía. Desde que lo vi con mis ojos de bailarina romántica que nunca hizo caso al ritmo, le tengo mucho respeto. Desde que vi la ausencia de todo ritmo dibujado en el cadáver quiero acercarme al ritmo, quiero entenderlo y quiero entregarle mi cuerpo y mis movimientos para que los siga bañando en la vida.

Por eso quiero ser una obstinada célula del corazón y no parar de contraerme con un ritmo sostenido.

Nunca le hice mucho caso al ritmo porque me lo enseñaron mal, me enseñaron a contarlo antes que a habitarlo. Los bailarines, bailábamos en frases de ocho tiempos, en las que al final todo debía equilibrarse. Era imposible dudar, era imposible el conflicto, era imposible, incluso, que se te fuera la olla de dominio y de placer, todo acababa con el numero 8. El ritmo era aquello que nos daba la sensación de controlar el tiempo, podíamos movernos y contar a la vez, contar el tiempo es lo mismo que matarlo, y contar a la vez que uno se mueve, además de ser infernal, es lo mismo que matar el movimiento y el tiempo a la vez. Y así pensé que el ritmo era el primer causante de las mentiras que nos enseñaban a hacer con el cuerpo al bailar, y lo desterré y no quise saber nada de él. Pero ahora como bailarina mayor quiero someterme a él, ahora que aumentan las debilidades de mi cuerpo quiero aprender a dejarme llevar por la continuidad de la vida.

Voy a preparar mi cuerpo para convertirme en una vieja fibrosa y obstinada como una célula del corazón. Obstinatus, me dice mi amigo Cristóbal Pera, significa : pertinaz, tenaz, contumaz, que sigue con empeño haciendo lo que lo hace, y que está decidida a vencer o morir. Yo, en mi obstinación, voy a preparar mi cuerpo para no tener que elegir entre vencer o morir, me voy a entrenar para vencer y morir a la vez, para que mi último latido sea una victoria, porque como decía D. Francisco de Quevedo morir vivo es la última cordura.

A veces pienso si el origen de la música es el canto o es el ritmo, y si el origen de la danza es el pulso o es el gesto. En el fondo son pensamientos que no me importan demasiado, pero me gustan porque me hacen darme cuenta de que cada vez que me acerco a mi oficio de bailarina me acerco al tiempo y a su suceder en los latidos del corazón.

Desde hace algún tiempo (no mucho, quizá desde este otoño) siento un cansancio peculiar en el cuerpo: en los dientes, en los ojos, en mi pelo, en mi aspecto, en mis músculos. Un cansancio que me dice que la cosa va a ir así, que este es un cansancio de alguien que ha vivido ya la plenitud de sus fuerzas. Y es complicado encontrar los argumentos para hacerlo visible, porque es complicado no querer ocultármelo a mí misma, y menos a quien venga a mirarme.

En el ritmo desaparece el pensamiento. Toda la sensibilidad se vuelve impulso, en él cada músculo escucha y responde. Los músculos sometidos al ritmo no juzgan sus actos y eso es estupendo. Sin embargo hay algo que se limpia en el cuerpo cuando bailas a ritmo, algo que vuelve los movimientos ciertos y precisos y me pregunto si podríamos seguir el ritmo de nuestro corazón en una danza que no se volviera cierta y precisa; y me pregunto si se puede seguir el ritmo mientras que se duda; y si sería la duda más profunda el sentir que quizá no haya un paso a seguir después del último que hemos dado, y que por eso el ritmo al asegurar, la continuidad del siguiente paso, borraría esa gran zozobra de no saber qué es lo que viene después, y que entonces duda y ritmo estarían reñidos y eso no me parece estupendo.

Existe un movimiento que empieza cuando se detienen nuestro corazón que empieza cuando uno se muere. Ese movimiento es vertiginoso, y es difícil de entender con nuestras ideas de movimiento. Es un movimiento que, no solo mueve las formas del cuerpo, sino que cambia su esencia, es un movimiento que huele, es un movimiento de una velocidad sin sonido, sin ritmo, de una velocidad suspendida. Un movimiento en el que he querido entrar con la cabeza y con las palabras, para transformar esas ganas de salir pitando que siento frente a la idea de lo muerto, en una comprensión tranquila de lo que ocurre cuando la vida se acaba. Por eso ahora trabajo sobre el latido. Para entender ese movimiento maravilloso y entender, así mismo, lo que produce su ausencia.

Me envía Cristóbal Pera la etimología de latir:

LATIR (Joan Corominas)

“Ladrar el perro en todo agudo o en forma entrecortada”, h. 1300, “dar latidos el corazón o las arterias”, 1490. Del verbo latino GLATTIRE con el significado de “lanzar ladridos agudos”.

DERIVADO: Latido, principios del siglo XIV

Soy una célula del corazón y soy la sangre que muevo con cada una de mis contracciones.

Yo lo vi, vi como detrás de la rigidez y del acartonamiento del cuerpo muerto se escondía el cambio de los cambios, un movimiento inexplicable. Los signos de la vida se alejan rapidísimo y transforman lo que era vivo en algo desconocido que cambia y cambia y cambia, y en todo este movimiento lo único que faltaba era el latido y el aire en el cuerpo.

Los ojos que ya estaban cerrados se le volvieron a abrir y me enseñaron que la nada existe.

Desde que miré el cadáver pienso que el amor y el ritmo son las formas más puras de conocimiento porque son ciegas e irracionales como todo lo que tenemos delante, la objetividad frente a lo que es misterioso, no sirve para una mierda y frente a lo que no es misterioso, tampoco. No quiero ser lúcida, la lucidez es terrible, no se puede ser lúcida y ser bailarina. No quiero ser lúcida, quiero ser obstinada como una célula del corazón y juntar en mi movimiento intermitente la victoria de mis latidos y la muerte de mis latidos, y así no tendré que imaginar ninguna de las dos, ni mi muerte, ni mi victoria. Y seguiré bailando.

El labio, primero de color azul y luego amarillento, se plegó más allá de donde podrían colocarse los silencios, los besos o las palabras.

¿Tanto sujeta el corazón para que al detenerse aparezca el infinito?, ¿para que aparezca lo que no tiene forma ni explicación?. El corazón es el Atlas de los Atlas, el coloso de los colosos, por eso, después de haber sido el Gigante durante un tiempo, ahora quiero ser una célula obstinada del corazón y sujetar todo contrayéndome a ritmo. Lo mejor de morirse es que no te toca ver ni oler tu propio cadáver.

Al mirar despacio el cadáver entendí porque nos inventamos a Dios, pero no entendí porqué nos habíamos inventado un Dios inmutable, inmóvil y eterno. No pensamos bien, los hombres nunca hemos pensado bien. Nos consolamos en la posibilidad de lo que no somos, pensamos que la inmovilidad es un bien superior y la inmovilidad es desesperante. Es una putada saber que uno es un futuro cadáver, pero, si se trata de engañar a la muerte yo me inventaría otro Dios, un Dios lleno de sangre, húmedo y caliente, que latiera, que latiera sin parar, un Dios que me asegurara que después de muerta voy a seguir latiendo y voy a seguir bailando: Dios corazón, Dios latido, un Dios bailarín, cualquier cosa menos un Dios inmutable. Los Dioses del Olimpo soñaban con follar con los mortales, quizá porque teníamos un corazón que latía y cuando lates, a la fuerza tienes que follar mejor que alguien que no haya sentido dentro los golpes de la sangre.

Y todo esto es lo que se me va apareciendo después de mirar su cadáver, como si esa mirada fuera el punto de partida de un nuevo conocimiento.

Cuando bailo, algunas veces, no todas, puedo pensar en estas cosas de una manera carnal y a la vez sentirlas sin el vértigo que me dan ahora cuando os hablo.

El fisiólogo francés Xavier Bichat definía la vida como aquello que resiste a la muerte. Él seguro que habría mirado detenidamente muchos cadáveres, porque lo que hay después de la muerte del latido es la demostración palmaria de que el Sr. Bichat tenía razón, de que el corazón cose la vida con un ritmo obstinado, que la aprieta y que cuando se detiene entiendes la fuerza que tiene la muerte como estado. Por eso quiero ser una obstinada célula del corazón para resistirme a la muerte y a sus manifestaciones y además hacerlo bailando.

Siempre había pensado que la percepción más profunda del tiempo se producía cuando era capaz de frenarlo, cuando sentía en el cuerpo una duración suspendida, casi infinita. Pero ahora pienso que mi vida nada tiene que ver con la inmovilidad y menos con el infinito; y que si entrego mi cuerpo al ritmo, si escucho los golpes de los latidos entenderé mejor este tiempo loco, el que me empuja por dentro a la vez que me desparrama por fuera. Ahora pienso que voy a golpes y a contracciones como las células obstinadas del corazón y que mi vida no cae, ni por asomo, con la suavidad con la que cae la arena del reloj. John Berger decía que el alma es simplemente la percepción de otro tiempo. Y yo, al Sr. Berger le cambio la palabra percepción por la palabra invención y digo: el alma es la invención de otro tiempo, y la emparejo con la idea de la eternidad y de todo lo que nos hemos inventado para alejarnos del latir, y del cadáver.

Y al ver el cadáver también comprendí que la sabiduría es una mezcla de consciencia y de olvido. La consciencia de que vas para allá a quedarte inexplicablemente muerto, feo y frío y el olvido necesario para agarrarte a cada latido y pensar solo lo justo en esa imagen de tu cuerpo feo y frío. Y al ver el cadáver, me entraron ganas de bailar porque al bailar (bien), como al follar (bien) hay algo que te dice que ese acto perfecto es efímero e irrepetible y, además, que es perfecto porque es efímero e irrepetible, y hueles entonces (por un instante) que perfección y eternidad son palabras antagónicas. Y que el precio a pagar por ese super polvo o por ese bailazo es tu cadáver feo y frío. Como decía mi amada Szymborska “Por tener cuerpo se paga con el cuerpo”.

¿Sabéis que un corazón fuera del cuerpo sigue latiendo si cuidas su equilibrio salino? ¿Hay algo más obstinado y más absurdo que olvidar que te has muerto?

Por eso quiero ser una obstinada célula del corazón y no dejar de latir y de bailar hasta que me muera.

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Pensamientos de una bailarina que entendió el movimiento después de mirar un cadáver.

Desde hace años busco, a través de mi trabajo, acercarme a la carne, a ese misterio de que todo lo que somos sea algo blando y poco estable como es la carne, a ese misterio de que todo lo que somos sea algo sensual y corruptible como es ella. Después de mirar detenidamente un cadáver tenía que seguir acercándome a la carne, a la carne viva y a la carne muerta. No tenía escapatoria.

Pero como soy una obstinada célula del corazón la única forma que tengo de acercarme a lo muerto es latiendo.

Y como soy una obstinada célula del corazón, para acercarme a lo muerto, me repito un verso del poeta Valente: Ceniza tú, yo sangre

Y como soy una obstinada célula del corazón, para acercarme a lo muerto, me repito como un mantra: ceniza tú, yo sangre.

Baile de carne en el bosque

Existe un movimiento que empieza cuando se detiene nuestro corazón, que empieza cuando uno se muere. Ese movimiento es vertiginoso. Es un movimiento que, no solo mueve las formas del cuerpo, sino que cambia su esencia, es un movimiento que huele, es un movimiento de una velocidad sin sonido, sin ritmo, de una velocidad suspendida. Es el movimiento que produce la descomposición del cuerpo.

La descomposición es la reducción de un organismo vivo a formas más simples de materia. La finalidad del proceso extraño de morirse, es dar paso a formas de materia y de vida más simples, todo ese disparate de olores y de colores en el que se convierte el cuerpo al morir sirve para llegar a lo más simple, a algo aún más simple que esta célula obstinada del corazón.

La putrefacción es la destrucción de los tejidos blandos del cuerpo por acción de las bacterias, hongos y protozoos. Todos los micro organismos conocidos están implicados, de alguna forma, en el ciclo de la descomposición del cuerpo humano, cientos de especies participan en él.

Es tan fuerte nuestra construcción que tendrán que unirse cientos de especies para separar todo lo que somos. Tanto es el prodigio de mi cuerpo que van a hacer falta todos los microorganismos conocidos para hacer explotar mis azucares, para hacer jabón con mis grasas, para deshacer mis ojos en líquidos dulces, para que mis cuencas floridas germinen. Mi cuerpo es la naturaleza entera, el sonido de mi cuerpo es toda la música.

La descomposición empieza antes en las zonas más blandas del cuerpo, en las más irrigadas en las que están más llenas de vida, en las zonas fértiles que son fértiles para todo.

Y dice La Biblia

Tu vulva es un curvo alambique

De oloroso licor nunca seca

Mi amigo Cristóbal Pera me dice que somos demasiado complejos, de una complejidad casi infinita, para poder eludir la caducidad y aspirar a la eternidad. Solo por lo complejo de mi cuerpo: puedo moverme como me muevo, puedo latir y bailar como lo hago. Solo por lo complejo de mi cuerpo mi descomposición será olorosa y explosiva, va a ser jodido volverme algo simple. Si fuera una hoja de lechuga me descompondría casi sin olor, con un cambio de color y soltando un discreto pringue, pero si fuera una hoja de lechuga no latiría como una obstinada célula del corazón. Si fuera una hoja de lechuga bailaría como una hoja de lechuga.

Todo esto que os estoy contando podría ser la crónica de un fracaso: me fui a buscar la belleza en lo muerto y me di cuenta de que la belleza solo existe como atributo de la vida. Me di cuenta de que la belleza es como la alegría un órgano con el que la vida se nos presenta para decirnos, sed irracionales, entregaos a mi, trabajad por mi. Y me di cuenta de que la muerte es así para que nadie la embellezca, para que nadie pueda mirarse en ella sin sentir temor, y que así tiene que ser.

Toda existencia intenta permanecer en su ser y la mía más que ninguna porque soy una obstinada célula del corazón y la naturaleza de mi ser es latir y bailar, es cuidar mi latido y mi danza. El disparate que es el cadáver empieza cuando termina el baile, empieza cuando la sangre no se mueve, empieza en el estancamiento de la sangre; no pares, sigue, sigue; no pares sigue, sigue; no pares sigue, sigue

Primer baile sobre mi tumba: temor y temblor

Ah tus senos son racimos de vid

Y de manzanos el olor de tu aliento

Y tu boca tiene el dulzor del vino

Que en los labios de los dormidos

Donde se ha derramado mueve palabras

Cuando la palme mi cuerpo va a exhalar el mayor de los dulzores, será tan fuerte su dulzura, como terrible. Todos los bollos maravillosos y pringosos que me he comido, las toneladas de pan que han pasado por mi lengua, las mermeladas que han desbordado todos esos panes, todas las dulzuras que han entrado en mi boca se concentraran en ese olor, el más dulce que se pueda tolerar, mi última huella.

La naturaleza es energía, la vida es energía y alegría, decía Emilio Lledó, mi vida es energía y alegría, la tuya y la de las larvas y bacterias que llenas de alegría trabajarán para descomponer nuestros cuerpos, todo pertenece al mismo derroche de fuerza, al mismo optimismo. La vida en su alegría y en su energía es indiferente al sujeto y al objeto de su energía, la vida con su energía y en su alegría solo se preocupa de permanecer en su ser. Mi cuerpo cuando me muera será, una juerga, un festín alegre y una catástrofe al mismo tiempo, que mi muerte sea una juerga o una catástrofe dependerá desde qué lado de la caja lo estés mirando. El mayor misterio de la vida podría ser la extraña unión de desastre y de juerga. La alegría y la fuerza también habitan la muerte y eso lo habría entendido de verdad si hubiera mirado aún más tiempo el cadáver.

Mi amado quitaba

Del agujero su mano

Y mis cavidades rugían

Por él.

El cuerpo del muerto se hincha y se hincha hasta que ya no puede más y en ese no poder más se desborda, explota silenciosamente. Como si en ese estallar del cuerpo después de la muerte aparecieran todas las corporalidades ocultas, todos los cuerpos prohibidos o ignorados, toda la complejidad de nuestras capas.

Pero como soy una obstinada célula del corazón, para acercarme a lo muerto, me repito como el poeta: Ceniza tú, yo sangre.

Aire y gas tú Yo sangre

Segundo baile sobre mi tumba: Harlem Shake para una letanía de difuntos

Escribo todo esto para hacer del cadáver y de su descomposición un sitio misterioso y nutritivo, que no de miedo. Para que no me asuste hasta la parálisis volverme pasto de un montón de organismos, para que no me asuste volverme tierra, volverme mineral, volverme un musgo verde.

No hay nada en el cuerpo muerto que no estuviera ahí mientras vivía, la muerte lo que hace es volverlo excesivo, insoportable para un solo espacio, para un solo cuerpo.

Ando en mi sala de trabajo rodeada de imágenes de Cristos muertos sujetos por ángeles, sujetos por vírgenes, sujetos por San Juanes, imágenes de un cuerpo muerto pero ergido. Dice mi amigo Jaime Conde que parece que la posibilidad misma de que ese cuerpo sea una imagen pone en cuestión la idea de lo vivo y lo muerto. Ando atraída estética y emocionalmente por ellas, y a la vez deseando rebatir su esencia que no es otra que el culto al dolor y a la muerte.

¿Serán los gusanos, las larvas y las bacterias y los minerales los que me ayuden a rebatir este culto?¿Podría contaros como se van a dscomponer nuestros cuerpos sin que tuviéramos que echar mano de Dios? sin añadir más misterio a lo que ya en sí es inimaginable.

Como soy una obstinada célula del corazón, para acercarme a lo muerto, no meto a Dios en nada y me repito como el poeta: Ceniza tú, yo sangre.

Como soy una obstinada célula del corazón me imagino a todas esas larvas, bacterias y protozoos apoderándose de mi cuerpo y me digo para mi. Lo que se ha de comer los gusanos que lo vean los cristianos.

Tercer baile sobre mi tumba: Insultación. Insultare es descender hacia la tierra

A veces pienso que no se puede ir haciendo poesía con todo, que es un engaño y otras veces pienso que la manera de ir tirando para alante es ir haciendo poesía con todo: con el ruido de las tripas, con la caja de las herramientas, con los besos, con las bacterias que nos van a digerir, con el airecito que recorre los pelos del coño, con los recuerdos, con los engaños. A veces pienso que todo lo que hago es un engaño y a veces no me importa una mierda y otras veces esta idea me derrite.

"Tu padre yace bajo cinco brazas de agua,

coral se han hecho sus huesos,

perlas son ahora lo que sus ojos fueron,

nada corruptible queda en él,

pero el mar lo ha convertido

en algo rico y extraño…”

La tempestad William Shakespeare

Baile de no voy a yacer

Bichos

El cuerpo al morir empieza a enfriarse progresivamente hasta que su temperatura es la misma que la del exterior. El cuerpo se pone frío como una cosa, se pone frío como una mesa, como el cajón de la cocina, como la tapa del water, como la tapa de un libro, no se pone frío como el hielo que es un frío que duele, sino se pone frío como una mesa que es un frío indiferente. Mi calor no tiene nada de indiferente. El cuerpo se pone frío como todo lo que está pero no es. Así pálido, o más bien lívido y frío el cuerpo es una cosa, es un objeto. Si no existieran los objetos (inmóviles) el conocimiento y el pensamiento serían imposibles. ¡Quédate quieto, para que pueda pensarte! !Quédate quieto para que pueda pensarme!

Sigo buscando la detención el momento en el que todo se para y uno comprende, quizá por eso soy una bailarina mediocre porque después de tantos movimientos aún no he comprendido que no existe la inmovilidad, que la inmovilidad es la muerte.

¡Quédate quieto, para que pueda pensarte! !Quédate quieto para que pueda pensarme! !Ufff mejor no, no así de quieto, no así de frío, así no hay quien piense! igual se entiende, pero no se puede pensar y lo que puedo entender sin la distancia del pensamiento es una salvajada,y Yo no quiero ser lúcida, la lucidez es terrible, no se puede ser lúcida y ser bailarina. No quiero ser lúcida, quiero bailar como una obstinada célula del corazón, quiero bailar un baile intermitente que me vaya diciendo:

eres-no eres

eres-no eres

eres-no eres

y quiero que ese baile me guste.

Quiero que este baile me vaya recordando que soy la sangre que muevo con cada una de mis contracciones.

Quiero que me vaya recordando que soy movimiento, que solo soy movimiento. Aunque me empeñe en conservar cosas quietas para que duren, aunque siga diciéndole al tiempo, como una bailarina mediocre: !detente, eres tan hermoso!, soy solo el movimiento de mi sangre, y cuando me vaya parando me volveré viscosa hasta convertirme en un coágulo, con todos mis pensamientos dentro. Cuando se acabe mi baile se acabará la fiesta.

No quiero ser lúcida, quiero ser obstinada e inconsciente como una célula del corazón y juntar en mi movimiento intermitente la victoria de mis latidos y la parada de mis latidos, y así no tendré que imaginar ninguna de las dos, ni mi muerte, ni mi victoria. Y seguiré bailando.

Cuando bailo entiendo que nada se repite, y a veces incluso entiendo que el precio a pagar por lo que estoy bailando sea mi cadáver feo y frío.

eres-no eres

eres-no eres

eres-no eres

Soy un rio y voy a ser un charco

Mi amigo Jaime me dice:

Y el azul es este cielo sobre el mar, esa línea invisible que anuncia la posición última: cuando el cielo se apodere de nuestros cuerpos seremos horizonte.

PEQUEÑO BAILE DE LOS BICHOS

Yacer

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Después de Atlas, el gigante y la vértebra, y siguiendo con su prolongada investigación artística Anatomía Poética, Elena Córdoba se ha lanzado de nuevo a una tarea titánica. Se ha colocado delante del cadáver, uno de los tabúes más incómodo y silenciado en nuestra cultura occidental, para observarlo y aprender de él, para conocer al detalle todo lo que le acontece al cuerpo después del último latido, cuando la sangre se detiene y empieza a ser el recipiente de otra vida, de otro movimiento incesante e implacable.

Pero también, y quizás más relevante, por imposible, por misterioso e inviable, se ha propuesto dialogar con el cuerpo inerte, ha empezado a hablarle, a lanzarle preguntas, a atender y esperar las posibles respuestas, los signos que puedan llegar de ese otro lado infranqueable. Sin misticismos. Como una científica del espacio sensible que pueda permitir relacionarnos con la detención de la vida, se ha empeñado en entablar un diálogo con esa nada llena de tantas cosas que intentamos evitar siempre y en la que se basa el negocio aséptico de la muerte en nuestra sociedad avanzada.

Un empeño que, lejos de implicar un gusto por lo morboso del tema y sus inevitables connotaciones fúnebres, le impulsa a la acción, a seguir buscando la belleza y desvelar una posible poética, como ha hecho siempre en este ciclo anatómico, sin necesidad de parapetarse en metafísica alguna, mirando al cuerpo como materia, sangre, músculos y huesos, basculando sin problemas entre lo forense y lo sublime, entre la aprensión y la maravilla.

Esta búsqueda le lleva a oponer su capacidad de seguir generando movimiento, con su cuerpo de bailarina, maduro, palpitante, para intentar atravesar, con la carne viva, la barrera de silencio, el misterio de nuestra inevitable desaparición.

Oscar Dasí