(Nueve) notas breves (como fotos) un texto de Antonio Fernández Lera sobre la obra

0 Lo primero es el espacio que se abre hacia nosotros y nos atraviesa, un espacio marcado por los cuerpos desnudos de las fotografías, un díptico de cuerpos puramente desnudos, abiertamente desnudos, en los que se muestra —sin rostros— exactamente lo que se muestra: nuestra desnudez, la extraordinaria simplicidad de nuestra carne, como el misterioso límite de nuestro ser, un territorio insalvable. [El cuerpo es un paisaje]. Un espacio de humanidad: para la humanidad. Un espacio para crear espacios, para escribir espacios, para compartir espacios.

1 Cuerpos horizontales: imágenes del sueño, deformaciones o expresiones de cuerpos vivos El cuerpo se reflexiona, se sufre, se siente, se observa, se multiplica. La mirada se multiplica.

2 Mujeres al fondo del escenario. Las cabezas, el cuerpo. Los cuerpos luchan por tenerse de pie, por tenerse tumbados, por tenerse de rodillas, por girar en torno de su propio eje, el cuerpo es y reclama su presencia sin reclamar nada, solamente siendo. Los cuerpos luchan por tenerse: su existencia es ese dilema. La penumbra les ayuda. Después: oscuridad para una silueta, luz para un baile, máscara para una mirada, música para un abrazo imposible.

3 El cuerpo busca sus límites, los encuentra, los alarga, los extiende, los acaricia, los elimina. Cada límite se cruza con otro límite y multiplica el espacio. La mirada se aísla del oído, respirar y aislarse y aprender a moverse para suprimir los límites, para crear y ocupar los caminos por los que transitar.

4 Otra vez: el paisaje lo forman los cuerpos. Los que vuelan y tropiezan con la niebla. Los que se mantienen a una prudente distancia. Los que nunca duermen. Los que se incorporan en el corazón de una luz verde, se reconocen, se tocan para deshacer la distancia. Vuelven a su principio: crean otro espacio para nuestra mirada. El abrazo se hace posible. Su propio cuerpo (sus propios cuerpos, nuestro cuerpo) se desdobla en espacios: para ser las manos de un cuerpo sobre la piel del otro, para ser el suelo del otro, la plataforma que permite la elevación del otro, las alas para un vuelo (pequeño), la superficie para un sueño (profundo). Un espacio para las preguntas.

5 Elegir entre la mano y el rostro, entre los ojos y el vientre que danza, choca, respira. Entre la línea vertical y la horizontal. Elegir entre la risa y la caída. Reír y caerse, dejar que se ría y dejar que se caiga. Bailar en el vientre, descansar en el vientre. Descansar y caer. Pensar o sólo estar. Mostrarse o sólo ser. Parpadear con las piernas abiertas. Besarse como quien parpadea. Sonreír como quien observa. Cerrar los ojos de aquel que no parpadeaba. Descansar sobre una silla para ser un paisaje de colinas desnudas. Disfrutar, disfrutar hasta las lágrimas.

6 No les creas cuando te griten: eso no es danza. En este círculo se baila con la cabeza y el cielo es el suelo; con la cabeza dominas el círculo que se deshilacha: se rompe, lo que vemos es esa estela de un cráneo que danza sobre un suelo puesto patas arriba. Dominas la risa y dejas estallar el grito. Sigue, sigue, sigue, sigue, sigue, tranquilo, tranquila, sigue, sigue, te sostengo, sigue, no te vas a lastimar, estamos cerca, sigue, sigue. Cuando sólo se oigan los ruidos, recuerda la dicha. Descansa, deja que fluya la sangre, yo te sostengo, descansa, despacio, descansa.

7 Descansa: deja que se recomponga el círculo. Toca tu suelo con los pies. Recorre las paredes del círculo. Recorre la cabeza, la cabeza. Ya puedes bailar, bailar. El peso del mundo flota sobre tus pies. Así es la vida. Mueve las caderas, hombre. Ofréceme tus manos. Baila sobre la pared. El peso del mundo flota sobre sus manos. El peso del mundo resbala sobre los cuerpos desnudos. Ahora puedes bailar. Así es la vida. Baila y escucha las pisadas de tu baile.

8 El espacio es el tiempo. La cabeza pesa, la piel tiembla. El temblor ahora es horizontal. Y el ojo se mira. Y el ojo se reconoce. Y el ojo sonríe. Y el ojo tiembla: y es frío. Y es dolor, pero tiembla y ese temblor es eterno.

A Elena Córdoba y Carlos Marquerie, hermosos como paisajes.

Antonio Fernández-Lera