CUENTOS DE LA PRINCESA SUICIDA

Textos de Cuentos de amor, 1993. Este texto está publicado en Pliegos de Teatro y Danza número 1

(I)

Desde la adolescencia, ella sentía todos los días a la misma hora unas irrefrenables ganas de tirarse desde la ventana del castillo. Así, sin pensarlo, se arrojaba al vacío, arrepintiéndose siempre a mitad de camino, cuando la atracción del suelo sobre su cuerpo era enorme y el esfuerzo por elevarse hasta la ventana la dejaba agotada y con ganas de dormir hasta el día siguiente.

Era agotador.

[II]

Abre la puerta de la casa que siempre está vacía, sin olvidar quitarte los zapatos antes de atravesar el umbral, entra en su inmenso pasillo, al fondo se encuentra la escalera, utilízala para descender, no te asustes si la sientes cada vez más inclinada, a veces la impaciencia produce este fenómeno en los ojos, al final de la escalera encontrarás una silla y otra puerta, siéntate a descansar hasta que tu respiración se haya vuelto normal, en el país que esconde esa puerta no se puede entrar cansado. Ya puedes abrirla y seguir las marcas que los demás caminantes dejaron en el pavimento, intenta no mirar las ventanas ni los escaparates que flanquean tu camino, perderías mucho tiempo y el sendero a recorrer es todavía muy largo. Ya has llegado a la plaza, una multitud de gentes muy diferentes intentarán hablar contigo, desconfía de ellos, sólo deberás prestar oídos al hombre de la capa roja que te ofrecerá unas vendas, ata con ellas tus pies lo más fuerte que puedas y sin detenerte sigue tu camino, pon especial cuidado en no pisar ni uno sólo de los animales que se deslizarán debajo de tus pies, pues al momento sentirías el cansancio de todo lo que has caminado en tu vida y no podrías dar un paso más. Sólo al llegar a un río podrás detenerte un instante y, concentrando todas tus fuerzas, saltar con los dos pies juntos hasta la otra orilla. Aunque para ti sólo haya sido un pequeño salto, en realidad has avanzado mucho, o lo que es igual, has descendido. Ahora lo que importa es acostumbrar tus ojos a la penumbra abriéndolos y cerrándolos varias veces, si así lo haces poco a poco verás que lo que sientes frío debajo de tu cuerpo es el suelo, la caída ha sido muy dulce, una cuesta abajo que se inclinó más y un poco más depositándote ahí abajo contra el cristal, pero debes ponerte de pie enseguida, antes de que tus miembros se hagan muy pesados y no puedan separarse del suelo, además la gente está pasando rápido a tu lado, y si no te apartas te pisarán, ahora debes correr más rápido que ellos, aunque todos avancen obstinadamente hacia ti recuerda que eres tú quien corre en el buen sentido, ellos se equivocan, sigue corriendo, como si no pudieras sentir el cansancio, más deprisa, como si no pudieras sentir los empujones, ni las vendas que aprietan tus pies, todavía más rápido, como si no te dieras cuenta de que el aire es cada vez más caliente, sigue corriendo hasta que tu cuerpo se mueva solo y tú puedas pensar en otra cosa, sigue corriendo hasta que te pares, hasta que se te acaben los pasos.

Abre bien tus ojos y la encontrarás, me refiero a Ella, está sentada en una de las esquinas de la enorme habitación, Ella piensa y, como siempre que piensa, tiene la espalda recta, muy recta, debe llevar varios años así de quieta: hay algo que debes saber acerca de Ella, todo lo que piensa lo olvida de inmediato, por eso debes poner mucha atención en lo que dice, escúchala y deja que sus palabras se fijen en tu mente, escúchala todo el tiempo que falta antes de que se haga de día. Después déjate guiar por el eco de sus palabras y atraviesa el jardín, no importa el camino que escojas, todos conducen a la salida, así que aprovecha tu paseo, dentro de muy poco sentirás que las vendas que envuelven tus pies se tornan húmedas, esa es la señal de que estás fuera, que puedes liberar tus pies de ese peso mojado y que, como siempre, deberás seguir caminando, camina ahora sobre piedras, un poco más allá sobre arena y agua, más allá sobre hierros y más lejos todavía sobre algo blando que te parecerá como algodón, tus pasos se hundirán en él y cada vez te costará más avanzar, avanzarás lentamente como todo lo que te rodea, las mesas, los niños, las miradas, el piano, todo se desplazará al mismo ritmo que tú, de una forma lenta y cadenciosa, lo que quiero decir es que en realidad no estás avanzando, de todas formas el instante que vives es tan bello que no deberías preocuparte de nada más que de contemplarlo con todo tu cuerpo, porque, como todo lo profundamente bello, se esfumará enseguida dejándote solo delante de esa interminable escalera que debes subir sin ayuda ni consejo, un escalón detrás del otro, no contarás ni siquiera con tus recuerdos para hacer más soportable la tarea, sólo tendrás escalones delante de ti, hasta tus pies se negarán a subirla por miedo a desgastarse y, no obstante, nada es del todo inútil y tu larga escalada acabará dejándote ver un enorme horizonte que se poblará delante de tus ojos de individuos sonrientes y atareados que cavarán un sendero por el que deberás pasar a fin de llegar sin peligro allí donde alcanza tu mirada.

Te preguntarás por qué estos hombres de apariencia amable se empeñan en colocar piedras punzantes donde tú debes poner tus pies, piensa que esos obstáculos, en apariencia molestos, te dejarán caminar en soledad, y créeme, es la única forma segura de atravesar estos parajes de sonrisas, luz y cortesía, además esa molestia es un pequeño precio a pagar por disfrutar de esta agradable mañana de sol que irá desapareciendo conforme te acerques al horizonte, o más bien conforme el horizonte se acerque a ti, y lo veas convertirse, como por arte de magia en un enorme tablón, una mesa, eso que aquí llaman mostrador, y detrás de él alguien que te mostrará su bata azul y una sonrisa. Esa persona que tienes delante es la única que puede resolver todas las dudas que, sin querer, has ido acumulando en este viaje, así que avalánzate sobre él, imponle tu presencia, cósele a preguntas hasta que tenga que retirarse a buscar respuestas. Pregúntale por los colores de su ropa, por qué te cansas tanto, pregúntale cómo se hace el cristal, cuántos pasos faltan para llegar, qué pasa cuando tropiezas bajando todas esas escaleras, por qué no come nunca, por qué nadie come nunca en este viaje, dónde están las cerraduras de todas las puertas que llevas abiertas, pregúntale si habrá viaje de vuelta, pregúntale en qué idioma debes preguntarle, y sigue, sigue preguntando sin parar, cuidando que apunte todo en su cuaderno con la misma velocidad con que las palabras aparecen en tu boca, y ahora espera con calma a que otra persona vestida de azul te traiga tus respuestas, ya las tienes, léelas tranquilamente, descubrirás que tu interlocutor no era del todo claro, o quizá fuiste tú quien se precipitó y no supo seleccionar las preguntas, en cualquier caso nada ha cambiado sustancialmente, debes seguir caminando, tu movimiento te es tan necesario como tu respiración, además recuerda que cuando seas reina no necesitarás ir a pie.

[III]

— «Cómo seré cuando sea vieja», se preguntaba la princesa.

—«Seré vieja,
y me mataré cuando me caiga».