María José Pire leía esta carta en un momento de su canto, la llamabamos “Carta de consuelo”. Cada día después de leerla se la comía, en cada función yo volvía a escribírsela en una cuartilla.

En estas líneas te describo brevemente mi estado de ánimo por si en él pudieses encontrar reflejo del tuyo.

Estoy cansada y jodida pero contenta. Estoy vendida y jodida pero contenta. Estoy resentida y jodida pero contenta. Estoy torcida y jodida pero contenta. Estoy asustada y retorcida pero contenta. Soy insegura pero estoy contenta.

Los tontos felices somos una especie privilegiada, siempre estamos contentos. Aprecio en lo que vale mi optimismo y lo ejercito.

Me acuerdo de mi amigo que bajaba las laderas dando saltos como una cabra.

Me acuerdo del viejo que se quitaba los pantalones en la lavandería y esperaba a que terminara la lavadora tapado con una toalla.

Me acuerdo de que no hay mal que cien años dure. Me acuerdo de que él come bien y me sonríe.

Me acuerdo de los que tienen verdadero talento. 
Pienso que mañana estaré más vendida y además más arrugada.

Me aconsejo, me excito y me sereno para conseguir este constante contento. «¡Cánsate, tonta, que así duermes!», me digo.

Practico la técnica del alivio: todo puede estar peor.

Me quiero, me adoro, me cuido, soy una tonta complaciente consigo misma.

Me acuerdo de la historia de Hanson Rudolph, ex campeón de natación que ahora tiene miedo al agua.

Me acuerdo de que Cicerón se escribía a sí mismo cartas de consuelo.

Me acuerdo de que no hay escapatoria y me acuerdo constantemente de ti de una forma afectuosa y desvirtuada.

Mil recuerdos.